Ofrenda de Día de Muertos en el Templo de San Francisco, Centro Histórico de la CDMX
29 octubre, 2022•By Adalberto Villasana Miranda
En el templo y exconvento de San Francisco, ubicado en el Centro Histírico de la Ciudad de México, se montó una ofrenda por el Día de Muertos.
San Francisco de México o Convento de San Francisco es un templo católico, localizado en la avenida Francisco I. Madero, y es parte de lo que fue la sede principal de la Orden Franciscana en el actual México, luego del arribo de dicha orden por la Evangelización en la Nueva España.
Colorida tradición mexicana
La ofrenda es ese ritual colorido donde el individuo y la comunidad están representados con su dádiva; es un acto sagrado, pero también puede ser profano: la tradición popular es la simbiosis de la devoción sagrada y la práctica profana.
De acuerdo con el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas: Ofrendar, en el Día de Muertos, es compartir con los difuntos el pan, la sal, las frutas, los manjares culinarios, el agua y, si son adultos, el vino. Ofrendar es estar cerca de nuestros muertos para dialogar con su recuerdo, con su vida. La ofrenda es el reencuentro con un ritual que convoca a la memoria.
La ofrenda del Día de Muertos es una mezcla cultural donde los europeos pusieron algunas flores, ceras, velas y veladoras; los indígenas le agregaron el sahumerio con su copal y la comida y la flor de cempasúchil (Zempoalxóchitl). La ofrenda, tal y como la conocemos hoy, es también un reflejo del sincretismo del viejo y el nuevo mundo. Se recibe a los muertos con elementos naturales, frugales e intangibles -incluimos aquí las estelas de olores y fragancias que le nacen a las flores, al incienso y al copal-.
La ofrenda de muertos debe tener varios elementos esenciales. Si faltara uno de ellos, se pierde aunque no del todo el encanto espiritual que rodea a este patrimonio religioso.
Elementos imprescindibles para recibir a las ánimas
Cada uno de los siguiente elementos encierra su propia historia, tradición, poesía y, más que nada, misticismo.
El agua. La fuente de la vida, se ofrece a las ánimas para que mitiguen su sed después de su largo recorrido y para que fortalezcan su regreso. En algunas culturas simboliza la pureza del alma.
La sal. El elemento de purificación, sirve para que el cuerpo no se corrompa, en su viaje de ida y vuelta para el siguiente año.
Velas y veladoras. Los antiguos mexicanos utilizaban rajas de ocote. En la actualidad se usa el cirio en sus diferentes formas: velas, veladoras o ceras. La flama que producen significa “la luz”, la fe, la esperanza. Es guía, con su flama titilante para que las ánimas puedan llegar a sus antiguos lugares y alumbrar el regreso a su morada. En varias comunidades indígenas cada vela representa un difunto, es decir, el número de veladoras que tendrá el altar dependerá de las almas que quiera recibir la familia. Si los cirios o los candeleros son morados, es señal de duelo; y si se ponen cuatro de éstos en cruz, representan los cuatro puntos cardinales, de manera que el ánima pueda orientarse hasta encontrar su camino y su casa.
Copal e incienso. El copal era ofrecido por los indígenas a sus dioses ya que el incienso aún no se conocía, este llegó con los españoles. Es el elemento que sublima la oración o alabanza. Fragancia de reverencia. Se utiliza para limpiar al lugar de los malos espíritus y así el alma pueda entrar a su casa sin ningún peligro.
Las flores. Son símbolo de la festividad por sus colores y estelas aromáticas. Adornan y aromatizan el lugar durante la estancia del ánima, la cual al marcharse se irá contenta, el alhelí y la nube no pueden faltar pues su color significa pureza y ternura, y acompañan a las ánimas de los niños.
En muchos lugares del país se acostumbra poner caminos de pétalos que sirven para guiar al difunto del campo santo a la ofrenda y viceversa. La flor amarilla del cempasuchil (Zempoalxóchitl) deshojada, es el camino del color y olor que trazan las rutas a las ánimas.
Los indígenas creían que la cempasúchil era una planta curativa, pero ahora solo sirve para adornar los altares y las tumbas de los difuntos. Por esta razón se dice que a lo largo del tiempo la flor fue perdiendo sus poderes curativos. Flor de cempasúchil significa en náhuatl “veinte flor”; efeméride de la muerte.
El petate. Entre los múltiples usos del petate se encuentra el de cama, mesa o mortaja. En este particular día funciona para que las ánimas descansen así como de mantel para colocar los alimentos de la ofrenda.
El izcuintle. Lo que no debe faltar en los altares para niños es el perrito izcuintle en juguete, para que las ánimas de los pequeños se sientan contentas al llegar al banquete. El perrito izcuintle, es el que ayuda a las almas a cruzar el caudaloso río Chiconauhuapan, que es el último paso para llegar al Mictlán.
El pan. El ofrecimiento fraternal es el pan. La iglesia lo presenta como el “Cuerpo de Cristo”. Elaborado de diferentes formas, el pan es uno de los elementos más preciados en el altar.
El gollete y las cañas se relacionan con el tzompantli. Los golletes son panes en forma de rueda y se colocan en las ofrendas sostenidos por trozos de caña. Los panes simbolizan los cráneos de los enemigos vencidos y las cañas las varas donde se ensartaban.
Otros objetos para rememorar y ofrendar a los fieles difuntos
El retrato del recordado sugiere el ánima que nos visitará, pero este debe quedar escondido, de manera que solo pueda verse con un espejo, para dar a entender que al ser querido se le puede ver pero ya no existe.
La imagen de las Ánimas del Purgatorio, para obtener la libertad del alma del difunto, por si acaso se encontrara en ese lugar, para ayudarlo a salir, también puede servir una cruz pequeña hecha con ceniza.
Pueden colocarse otras imágenes de santos, para que sirva como medio de interelación entre muertos y vivos, ya que en el altar son sinónimo de las buenas relaciones sociales. Además, simbolizan la paz en el hogar y la firme aceptación de compartir los alimentos, como las manzanas, que representa la sangre, y la amabilidad a través de la calabaza en dulce de tacha.
El mole con pollo, gallina o guajolote, es el platillo favorito que ponen en el altar muchos indígenas de todo el país, aunque también le agregan barbacoa con todo y consomé. Estos platillos son esa estela de aromas, el banquete de la cocina en honor de los seres recordados. La buena comida tiene por objeto deleitar al ánima que nos visita.
Se puede incluir el chocolate de agua. La tradición prehispánica dice que los invitados tomaban chocolate preparado con el agua que usaba el difunto para bañarse, de manera que los visitantes se impregnaban de la esencia del difunto.
Las calaveras de azúcar medianas son alusión a la muerte siempre presente. Las calaveras chicas son dedicadas a la Santísima Trinidad y la grande al Padre Eterno.
También se puede colocar un aguamanil, jabón y toalla por si el ánima necesita lavarse las manos después del largo viaje.
El licor es para que recuerde los grandes acontecimientos agradables durante su vida y se decida a visitarnos.
Una cruz grande de ceniza, sirve para que al llegar el ánima hasta el altar pueda expiar sus culpas pendientes.
El altar puede ser adornado con papel picado, con telas de seda y satín donde descansan también figuras de barro, incensario o ropa limpia para recibir a las ánimas.
La ofrenda, en sí, es un tipo de escenografía donde participan nuestros muertos que llegan a beber, comer, descansar y convivir con sus deudos.
Las ofrendas de los muertos chiquitos
En la mayoría de los hogares campesinos, de extracción mestiza o indígena, y aún entre algunas familias urbanas, el 31 de octubre se elabora la ofrenda dedicada a los niños o “angelitos”. Sus ánimas llegan el día primero de noviembre para nutrirse de la esencia y el olor de los alimentos que sus padres les prepararon.
En el altar de los “angelitos” la comida no debe condimentarse con chile, porque les haría daño. Es imprescindible que las flores y los candelabros sean blancos, pues este color simboliza la pureza de estos inocentes difuntos.
A los niños muertos se les ponen dulces de alfeñique, pasta elaborada con azúcar, con este material se fabrican figuras de animalitos, canastitas con flores, zapatos, ánimas y ataúdes.
En otros lugares, los altares se adornan con juguetitos de barro pintado con colores alegres; así cuando lleguen las ánimas de los difuntos “chiquitos” podrán jugar tal como lo hacían en vida.
Todos los altares cuentan con panes en miniatura, pues es sabido que a los niños les gusta mucho, al igual que las tortillas, la fruta y el dulce de calabaza.
Es característico que todos los elementos que conforman el altar de los “angelitos” estén elaborados a una escala reducida. Ninguno es grande, ni pueden ponerse objetos que pertenezcan a los altares de los adultos. De ser así, los niñitos se enojarían, se pondrían tristes y no comerían lo ofrecido.
En México, más de 50 por ciento de los dos mil 475 municipios ha sido afectado por este fenómeno por lo menos una vez en los últimos 20 años”, refirió Ángel Emmanuel Zúñiga Tovar investigador del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (CONAHCYT), Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM.
El rector Enrique Graue Wiechers afirmó que la UNAM es una universidad libre y autónoma, en donde todos podemos expresarnos con libertad, respeto y sin hegemonías ideológicas impuestas.
México comparte desafíos con universidades de América Latina, como la necesidad de generar modelos de financiamiento y la internacionalización. ENLACES.
El rector de la UNAM, Enrique Graue Wiechers, y la presidenta del Comité Olímpico Mexicano (COM), María José Alcalá Izguerra, signaron un convenio general de colaboración para fomentar la cultura física, desarrollar integralmente el deporte universitario y promoverlo para todos. “Para nosotros el deporte es una actividad primordial, lo entendemos como parte de la formación […]
En la vida como en la muerte nada más placentero que compartir los alimentos con la familia