El ganso se roba las Fiestas Patrias
De plano hizo suyas las fiestas patrias a cuya celebración sólo invita a sus cuates, eso sí austeramente y niega la participación del poder Judicial.
Ante la imagen de Vini llorando
Por David Martínez
Hace poco, en una sesión del posgrado de Antropología en la ENAH, se abordaba el papel del hombre en al sociedad contemporánea. Lo que ahora se llama nuevas masculinidades, pues. Y, en una parte del debate apareció la foto de Roger Federer y Rafa Nadal, cogidos de la mano, y llorando, en la despedida del primero como jugador de tenis profesional.
Es una foto poderosa, entre dos rivales, en muchos sentidos la mejor foto del deporte en el Siglo XXI. Así se termina una rivalidad. Es decir, dos personas que se han pasado gran parte de su vida profesional intentando que el otro no se saliese con la suya. Observando fijamente vemos lágrimas compartidas y manos tomadas entre dos hombres que por casi dos décadas se dedicaron, básicamente, a intentar ser mejor que el otro. A quitarle al otro lo que el otro deseaba.
Y quizá ahí está el signo de los nuevos tiempos: en otras épocas las rivalidades se han sacado de lo que es puramente el juego, porque el deporte -aún en la alta competición- no deja de ser un juego … en el que el objetivo es ganar, sí. Desde esa perspectiva, lo que apuntábamos ese día en la ENAH es que tu grandeza está ligada a la grandeza del otro, a la seriedad del juego. El poder reconocer al otro, al final, está ligado a ese nuevo tipo de hombres que el feminismo empezó a exigir.
Algo de eso ha venido a mi cabeza al ver a Vinicius Junior en la sala de prensa de Valdebebas, la sede del Real Madrid, cuando comparecía en una rueda de prensa con motivo del partido entre la selección de España y la de Brasil. El tema, cómo no, fue el racismo que sufre Vini en los estadios de España.
No cabe duda de que ciertos sectores verían esa conferencia de prensa con el siguiente prisma: de qué se queja, es rico, juega al fútbol, lo que dista mucho de ser un trabajo. Y ahí está el truco. Se considera que Vinicius debe ser fuerte, arriesgado, temerario, enfrentar el peligro por ser varón y por ser un jugador de fútbol … y en esa imagen se nos pide olvidarnos de algo superior a ser un futbolista: una persona que pertenece a un colectivo altamente discriminado. No debe ser agradable que cada partido, cada juego -repetimos esa palabra precisamente por su sentido lúdico y de diversión- termine en una retalía de insultos, vejaciones y de odio. La escena conmueve: al recordarlo, Vini acaba llorando. Frente a lo que se supone algo divertido, él obtiene tristeza. ¿Qué ha hecho para que le odien? ¿Jugar al fútbol mejor que los demás? ¿Pertenecer a un país del sur y triunfar en uno del norte?
Pero también es cierto que si contraponemos las imágenes, veremos por qué el fútbol es más parecido a la sociedad de lo que es el tenis. El fútbol es un deporte de comunidad, de equipo. Ningún jugador es tan bueno como todos juntos. Y en ese contexto, particularmente en el fútbol masculino, ha habido un movimiento hacia acentuar la vida emocional de los hombres, el trabajo, la participación en los cuidados, la comunicación… Esto, si bien ha beneficiado a los hombres en algunos aspectos, no ha desmontado las relaciones de poder entre los géneros o entre las razas. Veamos: se llega a decir que incluso la víctima, Vinicuis, el tipo al que dos mil descerebrados le gritan, es el provocador. Salvando las distancias, es el mismo argumento idiota del agente del Ministerio Público que escuchan miles de mujeres al ir a denunciar. El papel de la procuración de Justicia, esa a la que Vini hizo referencia al decir que en España el racismo no es delito, está en entredicho.
El tenis, por el contrario, nos habla de lo que aspiramos. Competir en buena lid, sin apoyos, en silencio. Es un deporte más fuerte en términos de inteligencia emocional, incluso si recordamos a tipos como el colérico John McEnroe o al infame Bobby Rigs. Comparar el caso de Federer y Nadal con el de Vini es bastante interesante: una mitad eterna, una mitad cambiante, para citar a Baudelaire. El racismo se nos presenta como un disruptor. Impide reconocer la grandeza del rival, reconocer sus cualidades e intentar mejorar para lograr la victoria. Impide la empatía. Nos conmueve el que dos rivales se despidan el uno del otro entre lagrimas. No nos conmueve un estadio como el Metropolitano gritándole a Vini muérete. A eso le podemos llamar masculinidad hibrida. Por un lado, la imagen de Federer y Nadal cuestiona algunos elementos de la masculinidad mientras que, por otro, la imagen de Vini refuerza la jerarquía de dominación.
Si bien es cierto que la función social del deporte es ayudar a construir una sociedad sustantivamente más justa, digna e igualitaria, la imagen de Vinicius llorando nos habla de cómo no hemos colectivizado ciertas conversaciones, ni nos interesa hacerlo. ¿Se debe volver la vista hacia lo que se da por sentado? La respuesta debería ser sí, si consideramos que la identidad es una arquitectura en función de la Humanidad. Al final, el fútbol -como la sociedad- debe trabajar no solo desde la individualidad sino en lo político, que significa eliminar las barreras de clase y raza. Pero, claro, como en todo falta voluntad, ganas de querer hacerlo. Y justo ahí está el problema.
De plano hizo suyas las fiestas patrias a cuya celebración sólo invita a sus cuates, eso sí austeramente y niega la participación del poder Judicial.
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Mi familia fue perseguida por pensar diferente y tuvieron que emigrar. La diferencia es la mayor riqueza. Debemos respetar y reconocer a cualquier persona, sin matices. Es mi convicción.